Si me conoces, sabes que me interesa mucho la cultura japonesa. Su filosofía de vida y algunas costumbres son dignas de admirar. Pero hay una en particular que me llama la atención: el método kaizen, un proceso de mejora continua.
La idea del kaizen es aceptar pequeños cambios como logros, pero son tan pero tan pequeños que son casi imperceptibles.
En el libro Pensar a la japonesa, la autora Le Yen Mai hace la analogía del proceso Kaizen con escalar una montaña ⛰: podemos ir velozmente y llegar rápido, pero estaremos tan cansados y sin energía que no disfrutaremos ni del camino ni de la llegada.
En cambio, el enfoque del kaizen es ir con calma, prestando atención a cada pequeña cosa que logramos, celebrando cada mejora.
Una de las cosas que más me llamó la atención de esta filosofía, que también es conocida como el método Toyota, es que el kaizen brinda una reducción inmediata del estrés, porque éste es el producto de ir demasiado rápido en alcanzar esas metas que se vuelven inalcanzables porque todo lo queremos para ya, ¡grave error! Por eso es que muchos se rinden, porque no ven resultados o porque sencillamente les da miedo no lograr lo que quieren.
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El kaizen se basa en microobjetivos, pequeñas victorias. De hecho, las mejoras no tienen por qué ser algo grande, sólo tenemos que aprender a priorizar cuál es el cambio que realmente queremos para nuestra vida y comenzar a aplicar acciones microscópicas, reducir al máximo nuestros objetivos de forma tal que no nos asusten y no nos paralicemos ante el temor de no lograr nuestra meta.
Este método japonés no sólo puede ayudarnos a ser mejores, sino que nos puede llevar a descubrir características sobre nosotros que no sabíamos que existían o que no creíamos que fuesen posibles desarrollar. El kaizen en general, propicia y aumenta esa confianza en nosotros mismos que tantas veces necesitamos para ser mejores personas y alcanzar nuestro máximo propósito de vida.